lunes, 22 de noviembre de 2010

04. Dedos.

Primero de Agosto 2007.
Correo electrónico.

Dedos.

Suspendidos, dudando, animados por su propia inteligencia, mis dedos esperan. Lentamente, inseguros descienden sobre las blancas claves del teclado, teclado este que es un ser de sonrisa eterna y muchos y variados dientes blancos e inmaculados, de muchos sonidos y muchas palabras, aunque mudo en esencia, pues su labor no es el ser creador, sino traductor y medio entre mis dedos y la pantalla que vez.
Lentamente, torpemente, los dedos empiezan a hundir las teclas de una a una, primero sin ritmo y faltos de cadencia, como si de las piernas de un niño pequeño se tratasen, que cae a cada dos pasos y para el cual cada momento de pie es un triunfo. Con calma, las piernas de mis dedos niños pasan de la primera infancia a la adolescencia, y como buen púber se mueven a gran velocidad, aunque sin ritmo, con violencia, con frenesí se mueven, como sus símiles, de arriba abajo. De un lado al otro, rápido, rápido, pues parece que el tiempo fuera eterno y el tiempo para la reflexión lejano. Y de pronto, como a todos, mis dedos llegan al final de su adolescencia y en su primera edad adulta o madurez se detienen y ven lo que han hecho recientemente. Se disgustan con lo que ven, faltas de redacción y ortografía, de puntuación y de coherencia, se preguntan como objetos lucidos que son, como han podido mal interpretar las señales que el cerebro mando y que a falta de oyente no interpreto la boca. De como las palabras nunca dichas pudieron ser deformadas hasta este punto. Se ven a si mismos y se excusan, los dedos de la diestra o derecha disculpan a sus pares de la izquierda o siniestra y argumentan, no sin razón que las palabras que puede decir una sola boca, pueden ser difíciles de escribir e interpretar por solo cuatro dedos, que son con los que escribo. Recuerdan también que ellos son, por derecho propio tanto o mas inteligentes que el cerebro, pues en tantas ocasiones han sido hábiles para reconocer temperaturas y texturas y han compuesto, modelado o dibujado mas haya de los limites racionalmente dispuestos por el tirano que mora la cabeza. Para ellos la inteligencia viene te todos los lados, de la periferia del cerebro, del ojo que enfoca, discrimina y sabiamente reconoce todo aquello fuera del alcance de las manos, del gusto y el olfato que distinguen las sutilezas del mundo y del oído que nos da el vibrato de la creación. Al fin y al cabo ¿Que es el cerebro? Es una gran masa gris que mora dentro de la cabeza y que cree, dentro de su falso raciocinio, que puede entender el mundo a través de lo que los sentidos le informan, pero que se auto engañara si así le conviene o para olvidar algo, es un dictador de memoria selectiva y orden titubeante. No, el cerebro que intenta robarle la esfera de los sentimientos al corazón no puede ser creativo. Creativos somos nosotros. Razonan y llegan a consenso los dedos. Creativos somos, por que creamos, mas haya de lo que el cerebro nos instruye y por eso en un acto de conciencia humilde, a veces el mismo cerebro se sorprende de los resultados de lo que el cree es el resultado de sus ordenes. Los dedos meditan por un segundo y razonan, que, no son solo el centro del poder creativo y apéndices multicerebrados con un pequeño genio creador y fecundo en cada uno. También son el medio por el cual los designios del corazón, esa víscera vulgar que parece ser solo bombea de sangre, transmite sus designios. Por eso los dedos dan cariño y consuelo, saben dar y recibir amor y placer y al mismo tiempo ser duros y frágiles, y quien no lo crea, señala el dedo indice, intente acariciar a su ser amado con el codo y ya vera que no es el mismo. Culmina.
Descanso un momento y me alejo de la computadora, dejo que los dedos exploren el texto y detecten los yerros, que los hay, en un texto que fue hecho. Se mueven de arriba y abajo, se entornan y por ultimo se cierran, formando esa rara sonrisa con lo que demuestran su complacencia.
Los dedos, expectantes se relajan y regresan a la mano de donde nunca se fueron para ser veinte apéndices de un hombre que a veces los pone a trabajar.

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