miércoles, 6 de julio de 2011

Anecdota.

12 de Noviembre 2010
Correo electrónico.
(Anécdota.)

Palabras:

Tengo pocos amigos. Ni mas, ni menos. Los necesarios. Los que el sino o el Karma de una vida anterior imposible decidieron que tuviera. Los que la vida me a querido dar y los que el destino determino que me habría de quedar. Veo con cierta sorpresa que lo que dicen es cierto, que con los años la cantidad de personas cercanas a uno van disminuyendo, la mayoría de mis amigos se han casado, trabajan, o tienen hijos. Difícilmente tendrán tiempo para convivir con un solterón empedernido como yo. Dicen, los que no tienen otro oficio mejor que decir, o repetir lo que alguien más dijo, que siempre es bueno tener un numero reducido de amigos, tantos, como los dedos de las manos. Si este fuera el caso me sobraría una mano y del apéndice restante aun sobrarían dedos. Puedo decir, como colofón, que mi agenda telefónica es muy pequeña, diminuta, y que dentro de sus pastas de negra piel sintética apenas un par de hojas bastan para tener las direcciones y teléfonos de los amigos en la distancia.

Respeto mucho a la gente con la cual tengo una especie de liga emotiva. Les respeto tanto que intento mantener mi comunicación con ellos al mínimo. De respetar su espacio lejano, de no ser inoportuno ni impertinente con mi platica y con mis deseos mal sanos y desafortunados de enviar un saludo o conocer su estado de salud. De respetarlos en la distancia, manteniendola lo mas posible. Se que este esfuerzo es reciproco, pues me ufano de recibir mas o menos una llamada personal al año y ninguna en los últimos años. Se que mis amigos están por ahí, lejanos, ocupados en vivir sus vidas, que como la mía, están llenas de pequeños problemas y tribulaciones, de responsabilidades y menesteres y de la desesperada evasión a la realidad y uno mismo. Por eso mismo no les reclamo nada, intento mandarles correos y mensajes, de tono moderado, neutral y vago, pero de autentico interés. Mensajes estos que a veces son contestados y otras veces ignorados, como si de cartas de naufrago dentro de una botella se tratasen. Intento recordar las fechas especiales de mis amigos, los aniversarios y los cumpleaños y las felices conciencias que nos unen. Y agradezco, con singular alegría que ellos no recuerden mi cumpleaños, pues mucho me molestaría que por esa situación mis amigos se distrajeran un momento de sus actividades para saber como estoy y como la voy pasando.

Sin embargo, el fin de semana pasado decidí romper mi rutina y hablar con unos amigos de los cuales no se desde hace unos meses. Después del saludo de rigor y hacer la sempiterna pregunta que siempre hago, acerca de si no soy molesto o inoportuno la conversación cayo rápidamente en un silencio incomodo, (...) roto simplemente por una amable pregunta de mi interlocutor: "¿Y que mas?". En ese momento me di cuenta de lo desafortunado de mi llamada y de lo molesto que era. A pesar de ser amables en tono, las palabras de mi interlocutor llevaban implícitas la urgencia que tenia por colgar el teléfono, de deshacerse de mi y de regresar lo mas pronto posible a la regularidad de su vida, libre ya por fin de tan terrible interrupción. Con toda la amabilidad y respeto que me fue posible intente cortar lo mas rápidamente la llamada, no sin antes hacernos sendas promesas de vernos pronto y de irnos a comer o reunirnos en algún lado, a pesar de saber ambos que esto nunca sucedería, de mentirnos abiertamente y de ser mutuamente condescendientes por prometernos algo que bien sabíamos era una mentira.
Colgué el teléfono profundamente arrepentido y convencido que por la amistad y respeto que me une a esa persona nunca mas le volveré a hablar, a interrumpir ni a ser inoportuno.

Me doy cuenta que llegue a la edad donde hasta luego significa adiós, Un día de estos, nunca, y que no me interrumpes significa todo lo contrario. Palabras como las odio, por ser mentirosas y encubridoras, por poner distancia entre las personas. Tal vez por eso me avergüenzo, por tener pocos amigos, pero la cabeza y la boca llena de palabras.

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